19/4/12

Anotaciones del margen

Ya llevo más de dos años viviendo en Madrid.


Madrid es una ciudad enorme. Para vosotros, los que me leéis desde fuera para ver de tanto en tanto cómo me va la vida, esta ciudad es lo suficientemente grande para que nunca te falte un concierto al que ir, una exposición que ver, o una nueva obra de teatro de la que disfrutar (quien pueda pagarlas), y también es lo suficientemente grande como para que la mayoría de las relaciones humanas carezcan de humanidad, y se limiten a ser meros instrumentos para conseguir algo. El pan en la panadería, las indicaciones para llegar al museo, o sexo esporádico.

No sé por qué siempre tiendo a analizar Madrid desde un punto de vista sociológico. En parte quizás sea lo que más me llama la atención de aquí, por ser uno de los puntos en los que mayores contrastes encuentro. Contrastes con el pueblo en el que me crié.

También analizo de manera individual cada una de las nuevas relaciones que establezco, y voy haciendo anotaciones sobre cada una de ellas en el margen derecho de mi memoria. Recuerdo que hace mucho tiempo hablé sobre la curva del interés, que representaba gráficamente la fugacidad del interés que muestran unas personas por otras en general. Pues aquí en Madrid parece mucho más acentuada.

Pido disculpas por explicar lo que veo como si yo estuviese excluido de todo pecado, pero la realidad es que jamás he sabido analizar mi propio comportamiento. En cualquier caso aclaro ser consciente de que soy tan susceptible como cualquiera de caer en los comportamientos que poco me gustan e incluso sorprenden en los demás. Probablemente soy tan humano como todos los demás, sin poder sentir que lo soy.

El otro día, repasando las anotaciones mentales sobre mis relaciones del día a día, me preguntaba por qué no se aceptaba coloquialmente la palabra "humano" como insulto. Realmente somos personas llenas de imperfecciones, tanto a nivel físico como espiritual. Tenemos gran capacidad de hacer el bien, que a menudo invertimos para hacer el mal. Como sociedad somos mezquinos, crueles e insensibles, y como individuos egoístas. Fundamentalmente egoístas.

En este repaso de anotaciones me detuve un momento al ver que, entre tanto apunte en rojo había un párrafo enorme escrito en verde, sobre todas las virtudes que encontré una vez en uno de esos humanos que te hacen conservar la esperanza. Que te devuelven el brillo que perdió tu mirada. Que te dicen que el mundo no debería detenerse esta noche.

"Su alma es generosa. No se trata de dar cosas materiales, ni tan siquiera de favores supérfluos, sino de dar felicidad a cambio de nada. Sin límite. Sin duda uno de los retos más difíciles para nosotros los humanos, pero a él le sale con enorme facilidad. 
Es inocente: no sólo por no haber matado a nadie. Ves la inocencia en sus ojos. Las miradas que encuentro casi siempre están opacadas; casi no te dejan ver lo que hay dentro porque las almas, como las aguas de los ríos, se enturbian, pero sus ojos nunca mienten. 
Cada gesto es sincero: nunca he notado el más mínimo esfuerzo en ninguno de sus actos, por difíciles o agotadores que resultaran..."

Y de repente me volví a sentir feliz de estar vivo. De compartir con él lo que la vida nos deje compartir, durante lo que la vida quiera que lo compartamos. Me sentí estúpido por haber querido controlar las dosis de lo que no es cuantificable y no se podía controlar, pero sobre todas las cosas, me sentí afortunado por haberle encontrado de entre las millones de miradas opacas que vi en Madrid.

Feliz cumpleaños Diego.