4/9/17

Horas bajas

Tengo que confesar que son horas bajas. Como la mayoría de las horas que he pasado frente a esta hoja virtual en blanco, a decir verdad.


Son horas bajas porque se mezcla la desesperanza, que comienza a aflorar tras semanas de esperar unas señales que no llegan, y ver cómo los días son cada vez más cortos, cómo pasamos del aire acondicionado al ventilador, del ventilador a las sábanas hasta la cintura, y de ahí al nórdico hasta los hombros. Y eso significa que un año más está a punto de hacer click, una pequeña ruedecita que pasará del 31 al 32, como aquel contador que solíamos utilizar para contar a los pasajeros que teníamos a bordo.

Nunca me gustó cumplir años. Al menos desde cuando aquello era una herramienta para conseguir aquel caprichito que yo no me podía pagar... (gracias mamá, Jorge, y todo el que contribuyó a lo largo del primer cuarto de siglo). Pero ahora que, cada vez más, el calendario me recuerda en números negativos el tiempo en el que debí haber logrado según qué cosas, el peso se me hace más difícil de soportar. La suma de intentos fallidos de lograr todas esas cosas se apila como la ropa sucia en el cesto, sólo que esos intentos no se pueden lavar.

Me desconcierta que a mi alrededor la gente esté muy ocupada para plantearse este tipo de cosas. Tienen proyectos, rutinas que implican contacto con otros seres humanos que distraen su atención. Nadie tendría tiempo de plantearse estas cosas y, menos aún, de venir a contarlas a un blog por donde no pasa casi nadie.

Pero yo, para bien o para mal, sí tengo tiempo.