26/3/11

Día 6

Esta casa está emocionalmente cargadísima. Venir aquí es algo que me cuesta mucho hacer. Entrar en esta casa significa enfrentarse a un flujo constante de sentimientos encontrados. Recuerdos geniales y dolor que sale al abrir cada puerta.


Desde que me fui de aquí hace más o menos un año y medio, no he vuelto a dormir en el que un día fue mi cuarto. Pese a tener una cama mucho más grande, cada objeto que toco allí me produce una descarga de nostalgia que mi cuerpo no asimila bien. Los cajones aún mantienen el orden que él dejó en ellos, y cerrar allí los ojos convierte mi vida en un flashback de fotos que se rompen, y corazones que se decoloran quedando en blanco y negro.

Aprovechando que mi empresa me regaló 600€ este mes, decidí (irresponsablemente) darme uno de esos caprichitos que me hacen olvidar por un rato que tengo un lado emocional, al que por cierto no soporto. Así fue como me hice con la Nintendo 3DS, que me ayuda a matar un poco el tiempo en estas largas vacaciones.


Y ahí está inmortalizado ese momento. De vez en cuando tengo que comprar algo que todo el mundo quiere, para sentir esa absurda sensación de que el dinero todo lo puede comprar.

Hablando de comprar, el otro día me agencié en el súper de unas galletitas de la fortuna. La primera y única que me comí dijo lo siguiente:


Mentiras aparte, el mensaje de la galleta es muy sabio. Quizás la galleta no sabe que lo que dijo no se ajusta un cojón a mí, pero sí es cierto que estoy dispuesto a perserverar de ahora en adelante con aquello que considere necesario. La vida es cortita, ¿verdad?

Desde que era pequeño he vivido en nueve ciudades diferentes, marcando cada una de ellas el final de una etapa de amistades, relaciones y vivencias que asumí como parte inevitable de la vida. Pero no lo era. Perdemos a la gente porque sobrevaloramos nuestro orgullo y magnificamos el pasado cuando lo único importante es el presente. Somos necios y al mismo tiempo, los peores enemigos de nosotros mismos.

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