14/3/13

Ni tsuei zhai lalalala (8)

Estoy malo. Llevo unos 5 días que soy un saco de mocos, dolores de cuello y de todos los otros tipos de dolores que un humano pueda almacenar. Mi madre cree que es lo emocional lo que nos hace ponernos malos, y aunque normalmente siempre le digo que está loquísima, creo que en esta ocasión tiene mucha más razón de la que podría yo pensar.


Pues hoy, ya de por sí enfadado por estar malo y de baja durante varios días sin signo alguno de mejoría real, a las seis de la tarde llaman a la puerta. Si debo decir la verdad casi me cago en los pantalones porque es la primera vez en 4 meses que alguien llama a mi puerta. Ignoré la llamada por miedo, hasta que se escuchí a través de mi puerta (que por cierto, tiene la propiedad mágica de dejar pasar todos los sonidos)...

- ¿Signore Pablo?

- ..... .... ¿sí?

Respondí yo como si me hubieran pillado haciendo algo terrible. "Soy el controlador médico. Me envía su empresa."

Como os los estoy contando, resulta que mi adorable empresa, para una vez que me pongo malo en 4 meses, deciden mandarme a un controlador médico por si en realidad estuviera de fiesta fuera de casa o ejerciendo una segunda profesión no declarada en mi domicilio.

¿Cómo pueden ser tan chungos? Me enfadé tantísimo que les envié un e-mail recriminatorio del que me arrepentiré mañana. Me molesta la mala idea de que enviar a alguien mi segundo día de ausencia laboral cuando hay gente que falta misteriosamente cada domingo sin que les hayan enviado nunca a nadie. Me molesta y mucho.

Y luego el resto del día no ha ido a mejor tampoco... con el paso de las horas volvieron a intensificarse los dolores musculares, y volvieron los tormentos emocionales que tan pocos beneficios cuenta que traen mi madre.

Y es que no sólo es mi puerta la que tiene propiedades mágicas. Yo, sin ir más lejos, tengo la propiedad mágica de elegir siempre a las personas que más buenas me parecen y más daño me hacen. "No pasa nada", me repito. Cuanto más duele, más cerca está de curarse. O eso es lo que aprendí de toda una vida plagada de aftas bucales. Si me dejo llevar por eso, quizás hasta el cuello se me esté curando y yo sin darme cuenta.

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