Caminar hoy por las calles de Puerto Príncipe es caminar por una inmensa morgue desoladora, con cuerpos a un lado y a otro de las resquebrajadas aceras. Cuentan que se oyen gritos de pánico y socorro desde todos los puntos de la ciudad, que en una ciudad en la que prácticamente no queda nada en pie, se hace difícil distinguir a los muertos de los dormidos, o de los malheridos.
Y es que no ha quedado nada, se han derrumbado los edificios presidenciales, el parlamento, el edificio de la ONU, hospitales infantiles, escuelas, clínicas de urgencias, y sobre todo, cientos y cientos de edificios de viviendas, centros comerciales, supermercados... el panorama no podría ser peor. La gente espera con extremidades rotas sin saber a quién deben esperar. Arden edificios en la noche, y los que quedaron vivos se reúnen entorno a hogueras improvisadas para pasar así el tiempo y esperar. Esperar a que alguien llegue a auxiliarles.
No es la primera vez y no será la última que algo así ocurre en el mundo, es una imagen desoladora que, a pesar de lo dantesco, también nos deja ver la parte buena de los seres humanos, y ver cómo han partido hoy equipos de salvamento de todo el mundo, comida, y ayuda humanitaria de todo tipo me hace sentir un poco menos de vergüenza de ser humano.
Hoy no hay canción. Mis mejores deseos para todos los que han partido a Haití a aportar su granito de arena. Para los que están allí... no tengo palabras.
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